domingo, 28 de junio de 2009

El vino se lleva bien con el cristal


Epicuro | epicuro@eluniverso.com

Hasta el agua, líquido sin color, sin sabor, sin olor, adquiere virtudes mayores cuando llega en la copa hermosa que permite  apreciar transparencia, frescura, temperatura.

No imaginamos un vino tinto servido en una taza de café, un jarrón. Resulta deprimente que le sirvan a uno el tinto de turno en un artefacto de cartón o de plástico. Antes de que se inventara el cristal, es obvio que nadie pudo realmente catar un vino. El vaso para beber llegó durante el siglo XVII. La botella, tal como la conocemos ahora, nació un siglo después.

En el siglo XIX apareció la copa llamada “balón”. Un catador dijo entonces: “Miren mi vaso. Es como la bola de cristal. Veo allí el pasado del vino, su presente y su futuro. Me siento como un adivinador”.

En la actualidad, grandes firmas como Riedel han creado copas diferentes para enaltecer los méritos de los diversos productos. Siempre aislado de la mano mediante el tallo largo de la copa, no se calienta el vino. Se puede observar su ropaje, su color frente a una luz, una superficie clara. Estrechada en su parte superior, la copa permite hundir en ella la nariz, primero sin mover el vino, luego haciéndolo girar en un movimiento circular para oxigenar el líquido, darle tiempo para que pueda solazarse contra la pared de cristal, dejar en ella su particular huella en forma de lámina que irá bajando en gruesas lágrimas transparentes, las que nos dirán todo acerca de la viscosidad del vino, su grado alcohólico, su cuerpo liviano o pesado.

Lamentablemente, muchísimos restaurantes usan copas obsoletas capaces de echar a perder la mejor botella del mundo. Existe, para los catadores exigentes, una copa de cristal muy fino especialmente elaborada para poner en valor las cualidades y los defectos de cualquier cosecha. Una de ellas lleva por nombre Le taster impitoyable, apelación anglofrancesa que significa “el catador despiadado”. Cualquier vino desarrolla allí lo máximo de su esencia. Lleva dos orificios destinados a alojar el pulgar y el índice, sin por ello calentar el contenido. Riedel tiene otra que se puede recostar, lo que permite hacer rodar el vino para oxidarlo más pronto.

El vino, como las mujeres, merece el homenaje de la inteligencia, la afectividad, el despertar de los cinco sentidos. La copa adecuada permite apreciar color, transparencia, brillo, reflejos, matices,  intensidad que va desde el blanco refulgente hasta el rojo oscuro, el clarete, el rosado, los tonos de oro, de trigo, el toque marrón que distingue a los tintos muy añejos.

Pero lo esencial es el gusto de beber un buen vino, de saber apreciarlo, así como muchas personas gozan de un concierto sin conocer una sola nota de música. 
Alfred de Musset decía: “No es grande tal vez, pero es mi copa”.

Beber de un solo tirón es como atropellar a una mujer hermosa sin mirarla, captar su perfume, apreciar su vestido, sus ropajes íntimos, sus secretos, el sabor de cada uno de los poros.

Tomado de: Epicuro / http://www.eluniverso.com/

1 comentario:

  1. Excelente concepción, todo sabe mejor en su justa medida y en el recipiente apropiado. Un abrazo

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